Alcanzada la cifra de 118,000 personas contagiadas en
más de 100 países, el 11 de marzo de 2020 el líder nominal
de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el comunista
etíope Tedros Adhanom, declaró pandemia al COVID-19.
Desde entonces, diversas medidas sanitarias vienen siendo
implementadas –desde confinamientos draconianos hasta
el cese total de actividades productivas– con el propósito
de aplanar la curva de contagios. Lamentablemente, las
injustificadas restricciones económicas también han aplanado
las billeteras y aspiraciones de millones de personas.
Debido a
la natural aversión del ser humano a la incertidumbre, surgen
diversas hipótesis intentando darle sentido al ambiente
orwelliano en el que vivimos, siendo las vacunas de Bill
Gates, las redes 5G y la consolidación del ‘Nuevo Orden
Mundial’ (NOM) las más populares. Independientemente
de la factibilidad de estas hipótesis –que más allá de sus
particularidades y definiciones pintan ya como tesis– existe
una variable que ha sido sistemáticamente ignorada pero
que juega un rol fundamental en el actual pandemonio viral:
la Inteligencia Artificial (IA).
Los más informados estarán al tanto de las iniciativas
que diferentes gobiernos y empresas han planteado
de manera inconsulta a sus ciudadanos para instalar
aplicativos móviles con el propósito de monitorear su
comportamiento. Al programa conjunto de ‘monitoreo
sanitario’ desarrollado por Apple y Google y la ‘Corona
App’ de Samsung en Colombia, se suman directivas
oficiales en España, Argentina y Turquía para observar
el cumplimiento del ‘distanciamiento social’ mediante
geolocalización vía teléfonos móviles. También se ha
recurrido al uso de drones en países como Marruecos,
Francia, India e Indonesia con el mismo propósito. Las
intenciones parecen ser las mejores y no deberíamos
ahondar en ‘conspiraciones’.
El problema es que hoy es el coronavirus, pero mañana
podrían ser nuestras opiniones o creencias las que nos
pongan en la línea de fuego de tecnocracias con vocación
totalitaria.
Hoy es el coronavirus, pero mañana podrían
ser nuestras opiniones o creencias las
que nos pongan en la línea de fuego de
tecnocracias con vocación totalitaria.
¿Pero qué es la IA? Tradicionalmente, la capacidad de
procesamiento de las computadoras ha sido utilizada
para optimizar resultados. Desde hojas de cálculo hasta
programas de diseño industrial, el software convencional
es programado para ejecutar tareas específicas.
Sin embargo, la IA toma un camino muy distinto; mediante
el uso de algoritmos –instrucciones finitas y precisas,
pero más complejas que las del software convencional–
los sistemas de IA pueden procesar una enorme cantidad
de datos –bienvenida Big Data– para categorizar
elementos, establecer asociaciones e identificar patrones
que les permiten aprender por sí mismos, potenciando
gradualmente sus capacidades predictivas. A diferencia
del software convencional, los algoritmos de IA pueden
adaptarse para realizar tareas distintas sin la necesidad de
ser reprogramados por personas. Por eso se dice que los
sistemas de IA, especialmente los sistemas de Aprendizaje
Autónomo y Aprendizaje Profundo, ‘aprenden’, ‘razonan’
y ‘toman decisiones’ de manera independiente, imitando la
inteligencia de los seres humanos.
Esta increíble plasticidad
ofrece una infinidad de potenciales usos y aplicaciones que
incluso ha llevado a algunos a catalogar esta tecnología
como “el último invento del hombre”.
Gobiernos, empresas y centros de investigación continúan
desarrollando sistemas de IA pero la competencia mundial
es ampliamente dominada por China y los EE.UU. China lidera
el desarrollo de drones, sistemas de reconocimiento de voz,
traducción por máquinas y tecnología de reconocimiento
facial mientras que EE.UU. presenta mayores avances en
robótica, vehículos autónomos e IA aplicada a los negocios,
especialmente tecnología financiera o Fintech.
Los sistemas de IA ya intervienen de manera cotidiana en
nuestras vidas; cuando hacemos búsquedas en Internet
o usamos aplicativos para evitar el tráfico, comprar
productos o pagar recibos en línea, son los algoritmos
los que optimizan estas funciones. No obstante, estos
mismos algoritmos también podrían desplazarnos de
nuestros empleos, abolir nuestra privacidad y suprimir
nuestras libertades con absoluta impunidad.
En ‘Capitalismo de Vigilancia’, Shoshana Zuboff describe
con meticulosidad y copiosa evidencia los mecanismos que
gigantes tecnológicos como Google, Facebook, Amazon,
Apple y Microsoft utilizan para socavar nuestros derechos
más fundamentales con fines comerciales. Todas estas
empresas –a las que sumando a IBM forman el acrónimo
GMAFIA– se ubican en la frontera tecnológica de la IA.
Mediante el concepto «plusvalía del comportamiento»,
Zuboff explica cómo cada término que consultamos en
sus motores de búsqueda y cada foto, comentario o «me
gusta» que compartimos en sus redes es almacenada,
procesada y transformada en información que es vendida
a terceros con fines publicitarios. Ese aviso no solicitado
del soñado viaje a Bali se lo debemos a los algoritmos
vigilantes.
Cada término que consultamos en sus
motores de búsqueda y cada foto, comentario
o «me gusta» que compartimos en sus redes
es almacenada, procesada y transformada
en información que es vendida a terceros
con fines publicitarios.
De todas las empresas mencionadas por Zuboff, Facebook
se erige como la más invasiva, predatoria e inescrupulosa
de todas. Ya en 2016, Facebook logró desarrollar algoritmos
con capacidad para procesar 100,000 puntos de vigilancia.
Toda la información que inocentemente es compartida
en redes le permite a Facebook construir perfiles de
personalidad y comportamiento de cada una de las más
de 2,000 millones de personas registradas en su plataforma.
En otras palabras, Facebook nos conoce mucho más de lo
que cada uno de nosotros se conoce a sí mismo. Más aún,
su motor de predicción FBLearner Flow puede reutilizar
los algoritmos para diferentes funciones, incluyendo
experimentos para manipular el comportamiento de sus
usuarios.
Se busca así ‘personalizar’ la experiencia generando
tendencias y censurando contenidos incómodos para
la agenda multipropósito de la empresa. Sin embargo,
el hallazgo más perturbador de Zuboff es la capacidad
predictiva alcanzada por estos algoritmos que pueden
predecir algunos de nuestros comportamientos y decisiones
con 80-90% de certeza.
Queda claro que «leer el futuro»
ya no es más una utopía.
Si el petróleo marcó el camino hacia la riqueza en el siglo XX,
la data e información lo harán en el siglo XXI. Prueba de ello
es que en enero de este año, Alphabet –la empresa matriz
de Google– superó una capitalización de mercado de
US$1 billón uniéndose al exclusivo “Trillion Club” formado
por Amazon, Apple y Microsoft. Ya en el primer trimestre
de 2019, entre las 10 empresas con mayor capitalización
de mercado a nivel mundial se encontraban las cuatro
mencionadas, acompañadas de Facebook y las empresas
tecnológicas chinas Ali Baba y Tencent.
Las siete, todas ellas líderes en el desarrollo de IA, alcanzaron
una capitalización de mercado agregada de US$4.9 billones.
Esta descomunal cifra equivale al 20% del PBI de EEUU,
36% del PBI de China y 98% del PBI de Japón y explica
en gran medida el enorme poder político y económico que
han acumulado personajes como Bill Gates, Jeff Bezos,
Sergey Brin, Larry Page y el propio Mark Zuckerberg. Es
un poder que ejercen sin pudor para defender y promover
causas e intereses particulares.
El filósofo brasileño Olavo de Carvalho los define como
metacapitalistas o capitalistas con esteroides que son
capaces de operar más allá de la ley.
La visión de sociedades mediadas por IA –visión expuesta
por el gurú tecno-progresista Alex Pentland en ‘Física
Social’– no solo es común entre los metacapitalistas
tecnológicos estadounidenses sino que encuentra en el
Partido Comunista Chino (PCC) un sorprendente aliado.
Los intereses y relaciones entre ambas partes trascienden
lo tecnológico y se remontan a la primera visita que Bill
Gates hizo a China en marzo de 1994 durante la cual
–con tratos propios a un Jefe de Estado– se reunió con
el presidente Jiang Zemin para explorar mecanismos de
transferencia tecnológica.
Las expectativas de ambos se materializaron en 1998
con la inauguración de Microsoft Research en Beijing,
laboratorio responsable de la capacitación de los primeros
ingenieros de software, hardware y programadores que
posteriormente liderarían la revolución de IA en China.
La visión de sociedades mediadas por IA no
solo es común entre los metacapitalistas
tecnológicos estadounidenses sino que
encuentra en el Partido Comunista Chino
un sorprendente aliado… ambos acérrimos
enemigos de la democracia.
Desde entonces, Gates se ha reunido con los presidentes
Hu Jintao, Xi Jinping y altos funcionarios del PCC chino en
Seattle, Davos, Foro de Boao para Asia y otros eventos
internacionales logrando un nivel de acercamiento y
confianza inimaginables para cualquier líder político de
Occidente. Gates ha explotado esa cercanía al máximo,
permitiéndole contar con luz verde del PCC para organizar
la cumbre tecnológica para-estatal United States-China
Internet Industry Forum (USCIIF).
La primera de sus ocho herméticas ediciones se llevó
a cabo en 2007 y la última en 2015, en la sede principal
de Microsoft, con la participación del mismísimo Xi
Jinping, los tótems de GMAFIA y BAT (acrónimo formado
por los gigantes chinos Baidu, Ali Baba y Tencent) y otras
importantes empresas del rubro. Si bien Amazon, Facebook
y Google fracasaron en el mercado chino, ello no les ha
impedido obtener jugosos contratos con ese país, por
ejemplo para el desarrollo de algoritmos de censura
–una de sus especialidades– y su relación con el PCC es
mucho más fluida (y provechosa) que la que mantienen
con el actual presidente de su país, Donald Trump.
No cabe duda alguna que, encabezada por Gates, GMAFIA
jugó un rol decisivo en el espectacular desarrollo tecnológico
de China –especialmente en el campo de la IA– poniendo
en discusión la lealtad de los ‘filántropos’ con los intereses
de EE.UU. y el mundo occidental.
Pero China no solo le debe gran parte de su preeminencia
tecnológica a GMAFIA sino también a Barack Obama, el
engreído de Silicon Valley y el progresismo sueco. Llama
poderosamente la atención que el presidente de la paz y los
metacapitalistas amantes de los derechos humanos hayan
facilitado al represivo PCC la creación y consolidación del
primer Estado de control total gobernado por sistemas
de IA.
Lo que empezó en Beijing hace una década como un
programa piloto de geolocalización para, supuestamente,
ordenar el tráfico peatonal, es hoy Tianwang –o Skynet,
como se le conoce en Occidente– un sistema de vigilancia
ciudadana en tiempo real que aspira a controlar los cuerpos,
mentes y almas de 1,400 millones de chinos.
Dicha distopía
ya cuenta con 200 millones de cámaras instaladas
en todo el país –serán más de 600 millones a fin de
año– fabricadas por las empresas nacionales Dahua y
Hickvision. Sus algoritmos de vigilancia son codificados
por ByteDance (propietaria de TikTok) y SenseTime, los
de reconocimiento facial por MEVII y la aplicación de
mensajería móvil WeChat –la aplicación más popular de
China– por Tencent. Todas estas empresas operan bajo el
control de facto del PCC y lo solo podrán seguir haciéndolo
mientras cumplan todas sus exigencias.
Tianwang está integrado a un sistema de «crédito social»
que transforma la teoría sociométrica de Pentland en
escabrosa realidad. Cruzar la calle con luz roja –¡sonríe a las
cámaras!–, no botar la basura en el lugar adecuado o poner
la música a todo volumen disminuyen automáticamente el
puntaje de reputación social y económica. No pagar deudas
o cometer robos menores acarrea una mayor pérdida de
puntos mientras que crímenes más graves como referirse
al régimen en términos negativos pueden traducirse en
la imposibilidad de comprar productos no esenciales o
boletos de tren e, incluso, no obtener documentos como
pasaportes.
De llegar a ser incluido en la «lista negra», el mal ciudadano
deberá esperar entre dos a cinco años para ser removido
de la misma mientras que los «ciudadanos modelo»
podrán disfrutar de descuentos o ser mejor ubicados en
las plataformas de citas virtuales, un gran incentivo en un
país con 34 millones más de hombres que de mujeres
(gracias al parcialmente suspendido programa de control
demográfico). Con 1,160 millones de usuarios activos
a fines de 2019, WeChat le ahorra al PCC los costos de
sanción ya que opera como plataforma de información
(adoctrinamiento), medio de identificación, billetera
electrónica y almacén de datos; en ciudades completamente
digitalizadas basta inhabilitar estas funciones vía remota
para que el castigo sea efectivo.
El Estado de vigilancia chino no sería posible sin una
infraestructura capaz de transmitir rápidamente tan
abrumadora cantidad de datos. Por esta razón, en noviembre
del año pasado China inauguró oficialmente la red 5G.
Con capacidades de transferencia que alcanzan picos de
20 Gigabytes por segundo, las redes 5G logran un tráfico
100 veces superior a las actuales redes 4G.
Las redes 5G posibilitan no solo el Internet de Todas
las Cosas sino que ofrecen el soporte técnico necesario
para monitorear en tiempo real las actividades diarias de
billones de personas.
Reafirmar la imposibilidad de un
estado de vigilancia orientado al control total sin incorporar
las tecnologías e infraestructuras mencionadas no es
«teoría de conspiración» sino una verdad gigantesca,
verificable e irrefutable. Tianwang también confirma que las
tiranías tecnocráticas respaldadas con sistemas de IA han
abandonado para siempre el mundo de la ciencia ficción.
Reafirmar la imposibilidad de un estado
de vigilancia orientado al control total sin
incorporar las tecnologías e infraestructuras
mencionadas no es «teoría de conspiración»
sino una verdad gigantesca, verificable e
irrefutable.
La información reseñada en este artículo permite
esbozar algunas conclusiones:
(i) El Estado de vigilancia para el control total vía
sistemas de IA es ya una realidad.
(ii) Tanto el metacapitalismo occidental como el PCC
encuentran en la supremacía tecnológica un punto de
interés común.
(iii) Tanto el metacapitalismo occidental como el PCC
entienden que cualquier intento unilateral de dominación
global es imposible; compartiendo la torta, ganan todos
(ellos).
(iv) Ambas partes son enemigas acérrimas de
la democracia como lo prueban Tianwang y los
escandalosos procesos de privatización del poder
político, mediático y cultural en Occidente vía
«filantropía». Los metacapitalistas entendieron que
si no puedes alquilar a tus variopintos representantes
en organismos internacionales –«representantes» que
no fueron elegidos en urnas, que no rinden cuentas y
que imponen agendas repudiadas por las mayorías–
la única alternativa para lidiar con los rebeldes es su
total destrucción. Para estos billonarios con complejo
mesiánico, el modelo ideal de gobierno no es el gobierno
rentado sino el gobierno inexistente.
(v) El PCC y los metacapitalistas son amantes del
colectivismo.
(vi) El metacapitalismo y el PCC comparten una visión
de progreso utilitarista, materialista y mecanicista
basada en la sociometría (y muy pronto, la biometría).
(vii) El ideal de progreso justifica el «sacrificio» de
millones de personas; quienes pongan en duda la falta de
escrúpulos del PCC y los metacapitalistas tecnológicos
para imponer su visión de «progreso» encontrarán
respuestas definitivas en la Revolución Cultural y
la grotesca agenda abortista del progresismo Amor, compasión, dignidad y demás
“inutilidades” jamás encontrarán espacio en la nueva
moral del algoritmo.
¿Es deseable el tránsito desde la tecnología al servicio
del hombre al hombre al servicio de la tecnología? Para
quienes tienen la posibilidad de convertirse en dioses
imponiéndonos sus deseos y aspiraciones, sin duda.
Sin embargo, para el común mortal que habita en este
mundo de incertidumbre, coincidencias y sutilezas será
indispensable entender que la distancia que separa a
inofensivos aplicativos móviles de sistemas tecnológicos
de control total es mucho más corta de lo que se cree.
Amor, compasión, dignidad y demás
“inutilidades” jamás encontrarán espacio
en la nueva moral del algoritmo.
Miklos Lukacs de Pereny
Profesor-Investigador de Ciencia, Tecnología e Innovación en la Universidad de San Martín de Porres de Lima,
Perú. Ha sido profesor en Essex, Manchester y ESAN, Perú
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