En los cinco meses que han pasado desde que comenzó el
brote de coronavirus, parece que casi todos en la comunidad
internacional han tenido algo que decir sobre la situación:
expertos, gente común, políticos, empresarios, actores de
Hollywood, el G20, la Unión Europea y la Unión Africana.
Hasta el Estado Islámico realizó declaraciones pidiendo a
sus integrantes no atentar en Europa. Entonces, ¿por qué
el Consejo de Seguridad de la ONU, el mismo organismo
que supuestamente tiene la responsabilidad principal de
mantener la paz y la seguridad en el mundo, ha permanecido
obstinadamente silenciosa? ¿Por qué ningún revolucionario
rosa del eje bien pensante se ha percatado de esto? Filósofos
como Slavoj Źižek volvieron a predicar, una vez más, el fin
del capitalismo; sin embargo, ese apocalipsis del capital
y la reinvención del comunismo nunca termina de llegar.
Nos guste o no, esta no será una excepción. Lo cierto es
que, si algo se va a reinventar, es el sistema capitalista;
aunque quizás, empecemos a atisbar en el lejano oriente un
‘internacionalismo conservador’ propuesto por China.
Las explicaciones oficiales para justificar la pasividad
de Naciones Unidas consisten en argumentar que,
supuestamente, el Consejo de Seguridad se ocupa de
cuestiones de seguridad, mientras que las pandemias
son competencia de la Organización Mundial de la Salud
(OMS). Esto es poco convincente.
Solo un cínico (o un ingenuo, tal vez) ignoraría la conexión
evidente entre la propagación del coronavirus y las
crecientes amenazas de seguridad en todo el mundo.
Por motivos de espacio, aquí no nos detendremos a
analizar las catastróficas consecuencias económicas
y su posible impacto en el incremento de violencia en
distintas partes del planeta. Sin entrar en la mediocre
estrategia de comunicación y la sospechosa laxitud de
Tedros Adhanom con China, el papel de la OMS, es muy
secundario al Consejo de Seguridad en términos de su
estado, efectividad y peso.
Solo un cínico (o un ingenuo, tal vez) ignoraría
la conexión evidente entre la propagación
del coronavirus y las crecientes amenazas
de seguridad en todo el mundo.
Cualquiera que eche un vistazo al trabajo reciente de la ONU
notará que existen precedentes del Consejo de Seguridad
de la ONU luchando para contrarrestar la propagación
de enfermedades peligrosas y contagiosas. Tenemos la
Resolución 1308, por ejemplo, que fue adoptada hace 20
años para ayudar a combatir la propagación del Sida.
También nos encontramos la Resolución 2177, adoptada
en 2014, para combatir la epidemia del ébola.
En ambos casos, el consenso alcanzado por el Consejo
de Seguridad permitió movilizar recursos financieros,
administrativos y políticos previamente inaccesibles;
establecer fondos específicos y asociaciones públicoprivadas;
incentivar bancos globales y regionales y
potenciar a la OMS y otras agencias relevantes de la ONU
con oportunidades adicionales.
Uno tiene la impresión de que la razón
principal detrás del silencio del Consejo de
Seguridad es la feroz guerra de información
que está teniendo lugar entre Washington
y Pekín.
Es importante mencionar que en este momento China
preside el Consejo de Seguridad y que, además, recibe
apoyo de Rusia mediante un prudente silencio. También
tenemos que tener en cuenta que el trabajo del Consejo
se está llevando a cabo mediante videollamada, lo que
ralentiza cualquier proceso y da ventaja a China. Todo esto
va a dificultar una resolución sobre el coronavirus que no
perjudique o que no deje en evidencia a los Estados Unidos.
Uno tiene la impresión de que la razón principal detrás
del silencio del Consejo de Seguridad es la feroz guerra
de información que está teniendo lugar entre Washington
y Pekín.
Para la diplomacia estadounidense, cualquier resolución del
Consejo de Seguridad sobre COVID-19 debe estar redactada
de tal manera que la culpa principal del brote recaiga
directamente sobre los hombros de China y también debe
castigar a Pekín por tratar de ocultar la escala completa
del problema de la comunidad internacional. No obstante,
¿hasta qué punto es culpable China del fanatismo de los
bien-pensantes revolucionarios rosas occidentales y de su
negativa a cancelar manifestaciones o cerrar las intocables
fronteras en el momento oportuno?
China, por su parte, ve la propagación del virus como
un efecto secundario de las políticas unilaterales de
Washington, su propensión a ejercer presión sobre sus
socios para obtener lo que quiere y su egoísmo nacional,
llegando a provocar el estallido de la pandemia en el
epicentro del mundo liberal y moderno, es decir, Nueva
York.
Sin embargo, eso tampoco significa que la redacción
de cualquier resolución preferida de China sea más fácil
de materializar.
Sería justo decir que la incapacidad del Consejo de
Seguridad para adoptar una resolución sobre el coronavirus
es sintomática de una serie de otros problemas dentro de
la agencia. Nos encontramos ante una fase de transición,
de fenómenos y actitudes que ya estaban latentes y ahora
sencillamente se están acelerando; pero esto no consiste
en el advenimiento de un comunismo reinventado. La
pandemia ha puesto en primer plano la cuestión, ahora
protagonista, de los límites de la soberanía nacional en el
mundo de hoy, estrechamente interconectado. Cualquier
cooperación internacional significativa en la lucha contra
el coronavirus requeriría, como mínimo, la máxima
transparencia e integridad de la información sobre el estado
de las cosas en cada país, y la mayoría de los Estados
simplemente no están preparados para ser tan abiertos.
Aquí una vez más, los postulados del mundo sin fronteras
quedan en entredicho. Podría ser que nos encontráramos
ante un nuevo tipo de globalización, un nuevo modelo
de ‘internacionalismo conservador’ con China y Rusia
como sus mayores partidarios.
Este conservadurismo
internacional haría énfasis en la importancia de la soberanía
en la toma de decisiones de los estados nación pero también
entendería la importancia de la comunidad internacional.
En este sentido, sería una tercera vía lejos del enfoque
mercantilista promovido por Trump, pero también lejos del
internacionalismo democrático del orden bien-pensante/
liberal gretiano.
Y no estamos hablando aquí de cuestiones que son difíciles
de entender para el profano, como el desarme nuclear o el
conflicto congelado en Nagorno Karabaj. Nos encontramos
con temas políticamente sensibles: la gestión de los flujos
migratorios transfronterizos, la introducción de cuarentenas
locales y nacionales, las restricciones al movimiento interno
de la población, el uso de sanciones unilaterales, los hábitos
de consumo y otras restricciones al comercio internacional,
etc. Esto no es lo mismo que luchar contra el ébola en algún
territorio remoto de África, donde los conflictos entre la
soberanía nacional y la cooperación internacional siempre
se resuelven mediante la cooperación. El escenario es que
la regulación supranacional podría terminar invadiendo
uno de los principales símbolos de la soberanía estatal:
los sistemas de salud nacionales. Žižek, en su empeño de
resucitar un ‘comunismo revisado’, propone crear una red
global de atención médica.
El problema es bajo qué estándar o parámetros debemos
moldear nuestro sistema nacional de salud. ¿Podemos
trasplantar el sistema de salud coreano a la pirámide
población de un país como Honduras, por ejemplo?
Sospecho que no.
En este sentido, el reciente enfrentamiento entre el Reino
Unido y la Unión Europea sobre cómo abordar la pandemia
es intrigante. Tras el éxito del Brexit y el restablecimiento
por completo de la soberanía británica, Londres también
ha emprendido su propia estrategia “nacional”: un enfoque
que incluía un distanciamiento social mínimo y una negativa
a cerrar restaurantes, bares y clubes nocturnos. Esto se
hizo con la esperanza de que las personas mayores se
quedaran en casa, mientras que el resto del país contrajera
el virus y, por lo tanto, desarrollara una inmunidad contra
él.
Al final, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se
vio obligado a señalar sin rodeos los límites reales de la
soberanía británica a su homólogo Boris Johnson.
Después de haber amenazado con cerrar la frontera entre
el Reino Unido y Francia, es decir la Unión Europea (París)
obligó a Londres a mantenerse en sintonía con otros países
europeos.
La Unión Europea había torcido así el brazo del Reino Unido,
forzándolo a jugar según las reglas europeas. Pero, ¿quién
va a torcer el brazo de Rusia, China o Estados Unidos? Y es por eso que el Consejo de Seguridad de la ONU se mantiene
en silencio, y no parece que esto cambie en el corto plazo.
En el escenario en el que finalmente tengamos una
resolución del Consejo de Seguridad (porque llegará), será
de naturaleza muy general y no requerirá nada en particular
de las grandes potencias. Podría usar la declaración final
no vinculante sobre la lucha contra el coronavirus adoptada
en la reciente cumbre virtual del G20 como plantilla. Por
ello, el problema subyacente, el replantearse la mirada
al mundo desde las gafas chinas o rusas, continuará en
este tira y afloja que se refleja en la situación actual del
Consejo de Seguridad. Pero la realidad es que ese mundo
dejó hace muchos años atrás el comunismo y lo cambió
por el nacionalismo. Es por ello que me sorprende que
Źižek (y otros muchos), quien predica un ateísmo por medio
del cristianismo, tenga tanta fe en la resurrección de los
muertos, en especial, la resurrección del comunismo, que
se encuentra bien enterrado.
La Unión Europea le torció el brazo al Reino
Unido, forzándolo a jugar según las reglas
europeas. Pero, ¿quién va a torcer el brazo
de Rusia, China o Estados Unidos? Es por
eso que el Consejo de Seguridad de la ONU
se mantiene en silencio
María Orquídea Caballero Moreno Graduada en Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid y Magister en política y economía de la región euroasiática por el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú. Pasante en la Representación
permanente de España ante IAEA, CTBTO y OSCE.
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