domingo, 31 de mayo de 2020

ONU: La batalla por el relato


En los cinco meses que han pasado desde que comenzó el brote de coronavirus, parece que casi todos en la comunidad internacional han tenido algo que decir sobre la situación: expertos, gente común, políticos, empresarios, actores de Hollywood, el G20, la Unión Europea y la Unión Africana. 

Hasta el Estado Islámico realizó declaraciones pidiendo a sus integrantes no atentar en Europa. Entonces, ¿por qué el Consejo de Seguridad de la ONU, el mismo organismo que supuestamente tiene la responsabilidad principal de mantener la paz y la seguridad en el mundo, ha permanecido obstinadamente silenciosa? ¿Por qué ningún revolucionario rosa del eje bien pensante se ha percatado de esto? Filósofos como Slavoj Źižek volvieron a predicar, una vez más, el fin del capitalismo; sin embargo, ese apocalipsis del capital y la reinvención del comunismo nunca termina de llegar. Nos guste o no, esta no será una excepción. Lo cierto es que, si algo se va a reinventar, es el sistema capitalista; aunque quizás, empecemos a atisbar en el lejano oriente un ‘internacionalismo conservador’ propuesto por China. 

 Las explicaciones oficiales para justificar la pasividad de Naciones Unidas consisten en argumentar que, supuestamente, el Consejo de Seguridad se ocupa de cuestiones de seguridad, mientras que las pandemias son competencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esto es poco convincente. Solo un cínico (o un ingenuo, tal vez) ignoraría la conexión evidente entre la propagación del coronavirus y las crecientes amenazas de seguridad en todo el mundo. Por motivos de espacio, aquí no nos detendremos a analizar las catastróficas consecuencias económicas y su posible impacto en el incremento de violencia en distintas partes del planeta. Sin entrar en la mediocre estrategia de comunicación y la sospechosa laxitud de Tedros Adhanom con China, el papel de la OMS, es muy secundario al Consejo de Seguridad en términos de su estado, efectividad y peso. 

Solo un cínico (o un ingenuo, tal vez) ignoraría la conexión evidente entre la propagación del coronavirus y las crecientes amenazas de seguridad en todo el mundo. 

Cualquiera que eche un vistazo al trabajo reciente de la ONU notará que existen precedentes del Consejo de Seguridad de la ONU luchando para contrarrestar la propagación de enfermedades peligrosas y contagiosas. Tenemos la Resolución 1308, por ejemplo, que fue adoptada hace 20 años para ayudar a combatir la propagación del Sida. También nos encontramos la Resolución 2177, adoptada en 2014, para combatir la epidemia del ébola. En ambos casos, el consenso alcanzado por el Consejo de Seguridad permitió movilizar recursos financieros, administrativos y políticos previamente inaccesibles; establecer fondos específicos y asociaciones públicoprivadas; incentivar bancos globales y regionales y potenciar a la OMS y otras agencias relevantes de la ONU con oportunidades adicionales. 

Uno tiene la impresión de que la razón principal detrás del silencio del Consejo de Seguridad es la feroz guerra de información que está teniendo lugar entre Washington y Pekín. 

 Es importante mencionar que en este momento China preside el Consejo de Seguridad y que, además, recibe apoyo de Rusia mediante un prudente silencio. También tenemos que tener en cuenta que el trabajo del Consejo se está llevando a cabo mediante videollamada, lo que ralentiza cualquier proceso y da ventaja a China. Todo esto va a dificultar una resolución sobre el coronavirus que no perjudique o que no deje en evidencia a los Estados Unidos. Uno tiene la impresión de que la razón principal detrás del silencio del Consejo de Seguridad es la feroz guerra de información que está teniendo lugar entre Washington y Pekín. Para la diplomacia estadounidense, cualquier resolución del Consejo de Seguridad sobre COVID-19 debe estar redactada de tal manera que la culpa principal del brote recaiga directamente sobre los hombros de China y también debe castigar a Pekín por tratar de ocultar la escala completa del problema de la comunidad internacional. No obstante, ¿hasta qué punto es culpable China del fanatismo de los bien-pensantes revolucionarios rosas occidentales y de su negativa a cancelar manifestaciones o cerrar las intocables fronteras en el momento oportuno? China, por su parte, ve la propagación del virus como un efecto secundario de las políticas unilaterales de Washington, su propensión a ejercer presión sobre sus socios para obtener lo que quiere y su egoísmo nacional, llegando a provocar el estallido de la pandemia en el epicentro del mundo liberal y moderno, es decir, Nueva York. 

Sin embargo, eso tampoco significa que la redacción de cualquier resolución preferida de China sea más fácil de materializar. Sería justo decir que la incapacidad del Consejo de Seguridad para adoptar una resolución sobre el coronavirus es sintomática de una serie de otros problemas dentro de la agencia. Nos encontramos ante una fase de transición, de fenómenos y actitudes que ya estaban latentes y ahora sencillamente se están acelerando; pero esto no consiste en el advenimiento de un comunismo reinventado. La pandemia ha puesto en primer plano la cuestión, ahora protagonista, de los límites de la soberanía nacional en el mundo de hoy, estrechamente interconectado. Cualquier cooperación internacional significativa en la lucha contra el coronavirus requeriría, como mínimo, la máxima transparencia e integridad de la información sobre el estado de las cosas en cada país, y la mayoría de los Estados simplemente no están preparados para ser tan abiertos. Aquí una vez más, los postulados del mundo sin fronteras quedan en entredicho. Podría ser que nos encontráramos ante un nuevo tipo de globalización, un nuevo modelo de ‘internacionalismo conservador’ con China y Rusia como sus mayores partidarios. 

Este conservadurismo internacional haría énfasis en la importancia de la soberanía en la toma de decisiones de los estados nación pero también entendería la importancia de la comunidad internacional. En este sentido, sería una tercera vía lejos del enfoque mercantilista promovido por Trump, pero también lejos del internacionalismo democrático del orden bien-pensante/ liberal gretiano. Y no estamos hablando aquí de cuestiones que son difíciles de entender para el profano, como el desarme nuclear o el conflicto congelado en Nagorno Karabaj. Nos encontramos con temas políticamente sensibles: la gestión de los flujos migratorios transfronterizos, la introducción de cuarentenas locales y nacionales, las restricciones al movimiento interno de la población, el uso de sanciones unilaterales, los hábitos de consumo y otras restricciones al comercio internacional, etc. Esto no es lo mismo que luchar contra el ébola en algún territorio remoto de África, donde los conflictos entre la soberanía nacional y la cooperación internacional siempre se resuelven mediante la cooperación. El escenario es que la regulación supranacional podría terminar invadiendo uno de los principales símbolos de la soberanía estatal: los sistemas de salud nacionales. Žižek, en su empeño de resucitar un ‘comunismo revisado’, propone crear una red global de atención médica. 

El problema es bajo qué estándar o parámetros debemos moldear nuestro sistema nacional de salud. ¿Podemos trasplantar el sistema de salud coreano a la pirámide población de un país como Honduras, por ejemplo? Sospecho que no. En este sentido, el reciente enfrentamiento entre el Reino Unido y la Unión Europea sobre cómo abordar la pandemia es intrigante. Tras el éxito del Brexit y el restablecimiento por completo de la soberanía británica, Londres también ha emprendido su propia estrategia “nacional”: un enfoque que incluía un distanciamiento social mínimo y una negativa a cerrar restaurantes, bares y clubes nocturnos. Esto se hizo con la esperanza de que las personas mayores se quedaran en casa, mientras que el resto del país contrajera el virus y, por lo tanto, desarrollara una inmunidad contra él. 

Al final, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se vio obligado a señalar sin rodeos los límites reales de la soberanía británica a su homólogo Boris Johnson. Después de haber amenazado con cerrar la frontera entre el Reino Unido y Francia, es decir la Unión Europea (París) obligó a Londres a mantenerse en sintonía con otros países europeos. La Unión Europea había torcido así el brazo del Reino Unido, forzándolo a jugar según las reglas europeas. Pero, ¿quién va a torcer el brazo de Rusia, China o Estados Unidos? Y es por eso que el Consejo de Seguridad de la ONU se mantiene en silencio, y no parece que esto cambie en el corto plazo. En el escenario en el que finalmente tengamos una resolución del Consejo de Seguridad (porque llegará), será de naturaleza muy general y no requerirá nada en particular de las grandes potencias. Podría usar la declaración final no vinculante sobre la lucha contra el coronavirus adoptada en la reciente cumbre virtual del G20 como plantilla. Por ello, el problema subyacente, el replantearse la mirada al mundo desde las gafas chinas o rusas, continuará en este tira y afloja que se refleja en la situación actual del Consejo de Seguridad. Pero la realidad es que ese mundo dejó hace muchos años atrás el comunismo y lo cambió por el nacionalismo. Es por ello que me sorprende que Źižek (y otros muchos), quien predica un ateísmo por medio del cristianismo, tenga tanta fe en la resurrección de los muertos, en especial, la resurrección del comunismo, que se encuentra bien enterrado. 

  La Unión Europea le torció el brazo al Reino Unido, forzándolo a jugar según las reglas europeas. Pero, ¿quién va a torcer el brazo de Rusia, China o Estados Unidos? Es por eso que el Consejo de Seguridad de la ONU se mantiene en silencio 

  María Orquídea Caballero Moreno Graduada en Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid y Magister en política y economía de la región euroasiática por el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú. Pasante en la Representación permanente de España ante IAEA, CTBTO y OSCE.

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